Se hablan con bocanadas de aire
que no dicen nada y entre líneas lo dejan ver todo. La punzada tras la calma,
la inestabilidad entre unos brazos, la locura que embriaga los sentidos y
entumece los labios.
Y entre copas, un paso en falso,
una llamada desesperada, tintes de Neruda tras sus veinte poemas de amor. La
melodía de unos ojos, de las caricias robadas al tiempo, y de la distancia que aquel
torpe avance acorta sin dejar lugar más espacio que el de unos dedos. Envasados
al vacío, el rocío empaña sus pestañas y el sol adormece los párpados que,
rendidos, se dejan caer tras el exhausto movimiento de sus cuerpos en el
balanceante movimiento que el oleaje ejerce sobre el navío.
Y al final, silencio.
Esto es música de cámara, querida Marta. Exquisito.
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